Nuestra nariz, fuera de los complejos que puedan deberse a su morfología, custodia nuestro más preciado sentido; el olfato. Ese proceso mágico de oler los científicos lo explican mediante los siguientes pasos: las moléculas de los compuestos químicos que pululan por el aire llegan a la nariz y se disuelven en la humedad de sus mucosas activando a su vez determinados receptores, la activación de los receptores genera impulsos nerviosos enviados directamente al bulbo olfatorio y de allí pasan al cerebro, en concreto a dos regiones de la corteza cerebral que son el lóbulo frontal y el sistema límbico.
El lóbulo frontal se encarga de reconocer el olor y el sistema límbico activa la memoria y las emociones que dicho olor nos despierta. El sistema límbico tiene acceso a los recuerdos de personas, lugares o situaciones relacionadas con experiencias olfativas anteriores. Así, podemos oler un perfume y enseguida evocar la persona que lo usa gracias a nuestro sistema límbico.
A pesar de tener el sentido del olfato mucho menos desarrollado que el resto de animales, seguimos siendo muy sensibles a los olores, sobre todo a la hora de reconocer un mal olor. Nuestro sentido del olfato está preparado para discernir un mal olor a concentraciones mucho más bajas que cualquier otro compuesto que no sea considerado como malo para nuestra fisiología. Éste es el caso, por ejemplo, del sulfhídrico su presencia ambiental se detecta a valores ínfimos, produciendo una desagradable pestilencia que identificamos como a cloaca o huevo podrido y que nos obliga a apartarnos de dicho entorno. No es para menos, el sulfhídrico en el ambiente reduce la presencia de oxígeno y con ello genera atmósferas anaeróbicas letales.
Nuestro sentido del olfato además de alertarnos también nos permite identificar y reconocer en función de la intensidad de olor desprendido. Esta identificación puede resultarnos placentera en menor o mayor grado, todo depende claro está, de los recuerdos o experiencias que nuestro sistema límbico nos reporte.
Ahora bien, en función de la intensidad y a pesar de no ser identificado como malo, nuestro lóbulo cerebral ante un determinado olor puede reaccionar con rechazo. Esto se produce cuando existen muchas moléculas en el ambiente que sobre estimulan constantemente nuestra corteza. Nos molesta esa intromisión, ese no parar de tocar el timbre en nuestro bulbo olfatorio, como por ejemplo cuando vamos al cine y la persona que tenemos sentada a nuestro lado lleva una cantidad ingente de perfume que nos molesta.
Esto mismo sucede por ejemplo en la industria. Las resinas de metacrilato de metilo se usan en la elaboración de prótesis y empastes bucales, cuando vamos a la consulta del dentista, notamos ese olor a antiséptico que nos convence de una posible desinfección, limpieza y buen uso profesional. Ahora bien, esa misma resina detectada en un pavimento nos genera rechazo y desconfianza. ¿Dónde está la diferencia? No sólo se trata de la bata blanca que lleva el protésico dental, es también un concepto de cantidades. El dentista usa unos gramos mientras que durante la aplicación para realizar un pavimento se gastan quilos del mismo producto. El producto no es identificado como malo pero su presencia constante en el ambiente nos molesta, es una intromisión. Literalmente nos toca las narices.
Poco podemos hacer los profesionales que trabajamos si se me permite, tocando las narices al resto de gremios. Podemos apelar a la lógica científica y por un lado demostrar que los valores de mediciones ambientales están dentro de una normalidad y no se genera una atmósfera tóxica; y por otro lado dar a entender que por desgracia no somos capaces de detectar todo lo que es peligroso y la detección es a su vez prevención.
Sí, a pesar de la grandeza fisiológica de nuestro olfato, hemos de reconocer que no todo lo que es malo desprende olor. Sabemos que no podemos servirnos únicamente de este sentido para valorar un compuesto químico como bueno o malo (del mismo modo que no nos comemos todo aquello que vemos con colores agradables). Existen compuesto químicos inodoros de suaves tonos pastel que a su vez son tremendamente letales para nuestra fisiología.
En la industria existen compuestos de cierta anosmia que son peligrosos para nuestra salud, este es el caso de algunos disolventes orgánicos volátiles usados en la formulación de determinadas resinas y pinturas. No detectamos su presencia en el ambiente, sólo reconocemos sintomatología gripal como dolor de cabeza, dolor de estómago, malestar o incluso irritación nasal.
Por eso es importante reclamar a los fabricantes las fichas de seguridad de los productos presentes en nuestras instalaciones y así valorar las repercusiones que dichas composiciones tienen en nuestro entorno a pesar que su presencia pase continuamente desapercibida a nuestro olfato.